El pasado 24 de mayo a las 8:45 de la mañana en la Ciudad de México una camioneta blanca enfiló como cada sábado puntual hacia el preciso cajón invisible señalado con pintura quizá sabiendo o sin haber advertido jamás que entre vehículo y el vacío hay solamente un inmenso vidrio como ventana hacia nada. No hay evidencia de aceleración ni se ve en video el intento o la falla por frenar y quizá nunca se sabrá si hubo un leve infarto, una fugaz trombosis o un pie atorado entre pedales. Lo contundente son pocos segundos en vilo, la camioneta en picada que pegó primero en un mezanine para girar al revés y caer invertida en la plaza comercial; veintidós metros en picada, milagrosamente sin caer encima de nadie y un silencio aplastante que perdura hasta este párrafo en medio de un charco de sangre.
La mujer que se aferró al volante en el vértigo veloz del horror es mi hermana María de Lourdes Hernández López, de 61 años de edad, hija, hermana, madre y abuela ejemplar de veras. Con estas líneas subrayo la petición de piedad y prudencia entre tanta necedad insensible que no tuvo vergüenza en aprovechar lo incierto del dolor ajeno para vomitar en redes sociales comentarios sin fundamento, memes de mala leche y desalmados diretes. Mi hermana está en coma desde ese día. Al hoy le han remendado una fractura expuesta en la mano izquierda, una fractura en el muslo derecho y la clavícula enrevesada del mismo lado… pero aquí me permito murmurarle que despierte, que la necesitamos todos y tantos que ahora caemos en cuenta de su indispensabilidad, la prolija y brillante y bella luz de su sonrisa que encara todos los días como si fuesen felices, el empeño casi necio con el que se forjó insustituible al lado de mi madre, sus hijos y nieta, su trabajo y sus andanzas incansables.
Cinco días después del accidente murió nuestra madre, quizá por ser la única manera de estar ahora mismo arrullándola en brazos para que despierte y no se pierda en el bosque de nuestra infancia como quien habitaría ya sólo memoria. ¡Despierta Maylou! Necesito me ayudes a despedir a nuestra madre no sin inmensa tristeza, pero con la infinita gratitud que le debemos ambos y la serena resignación de que su partida era ya urgente porque vivió las dos vidas que le concedió la novela de su biografía. ¡Camina!, pa’atrás ni pa’pensar te cantan mis hijos y tu cuñada al oído y te esperan tus hijos con entereza ejemplar y amor inconmensurable. Vuelve para abrazar a Chucho estoico y entero, amorosamente al timón de todo el marasmo médico y legal inconcebible y tan irracional e inexplicable como los instantes que deseo que olvides para volver a mirarme como la niña de mis ojos, pupila que es pupa como muñeca en latín y en el salmo del rey David donde rezo que me guardes como la niña de tus propios ojos, donde siempre me escondes bajo la sombra de tus alas de todos los males y tantos enemigos. Abre ambos párpados para que tus pupilas amanezcan y contemples tantas caras de gente buena, tanto rostro de todos tus afectos afectados… llenándonos de vida contigo.
Jorge F. Hernández